La mejor fórmula que encuentro de desconectar es coger la bicicleta y perderme sin rumbo por donde sea. El último terreno que he pedaleado son algunos kilómetros en el origen del Canal de Castilla, una obra de ingeniería hidráulica tan lógica desde su concepción, a mediados del XVIII, como frustrante en su utilización cuando quedó inacabado, a mediados del XIX, por la aparición del ferrocarril.
Es el marqués de La Ensenada quien orquesta un proyecto que pretendía la navegación entre Segovia y Reinosa, con la intención de -en un futuro- atravesar la cordillera Cantábrica y poder llegar al mar por el puerto de Santander. La idea era copiar el Canal du Midi en Francia, en la pretensión del marqués de La Ensenada de devolver a España a una modernidad que había perdido desde su hegemonía mundial de los siglos XVI y XVII. Aunque la aportación más novelesca del máximo responsable del gobierno fue una red de espionaje para fabricar con procesos industriales británicos los barcos con los que restablecer en España una armada potente. Y para financiar un estado armado y moderno emprendió un gran catastro, acabando con el monopolio de la Compañía de Indias, e impuso el Giro Real, que vino a poner algo más de control en la evasión de capitales.