
Que las cosas parecen ir a mejor y se atisban los primeros síntomas de la recuperación es un hecho, pero también lo es que no es oro lo que reluce y que la coyuntura económica suscita más de una duda sobre el devenir de este ejercicio de 2022. De no ser esto cierto, no se habrían extendido -en principio hasta mediados de año-, algunas de las medidas aprobadas durante los meses más duros de la pandemia, para sostener un tejido empresarial herido de gravedad por la hibernación de la actividad económica. Entre ellas las relativas al inicio de las amortizaciones de los préstamos ICO.
Una vez finalicen los periodos de carencia a los que se han acogido los beneficiarios habrá que ver cómo, cuándo y si se empiezan a abonar las cuotas completas. La inflación y los costes energéticos ya se dejan notar en los bolsillos de unos consumidores que, tras haber agotado casi la totalidad del ahorro acumulado durante los meses de confinamiento y limitaciones por la pandemia, empiezan a guardar -a la fuerza- sus ganas de gastar en todo aquello que no sea estrictamente imprescindible. Una contención que se nota en las ventas y, por ende, en los balances de los negocios y que, a su vez, impacta en el tercer eslabón de la cadena: los bancos, que dejan de cobrar el dinero prestado.