La mejor fórmula que encuentro de desconectar es coger la bicicleta y perderme sin rumbo por donde sea. El último terreno que he pedaleado son algunos kilómetros en el origen del Canal de Castilla, una obra de ingeniería hidráulica tan lógica desde su concepción, a mediados del XVIII, como frustrante en su utilización cuando quedó inacabado, a mediados del XIX, por la aparición del ferrocarril.
Es el marqués de La Ensenada quien orquesta un proyecto que pretendía la navegación entre Segovia y Reinosa, con la intención de -en un futuro- atravesar la cordillera Cantábrica y poder llegar al mar por el puerto de Santander. La idea era copiar el Canal du Midi en Francia, en la pretensión del marqués de La Ensenada de devolver a España a una modernidad que había perdido desde su hegemonía mundial de los siglos XVI y XVII. Aunque la aportación más novelesca del máximo responsable del gobierno fue una red de espionaje para fabricar con procesos industriales británicos los barcos con los que restablecer en España una armada potente. Y para financiar un estado armado y moderno emprendió un gran catastro, acabando con el monopolio de la Compañía de Indias, e impuso el Giro Real, que vino a poner algo más de control en la evasión de capitales.
En el pedaleo por el Canal de Castilla empecé a pensar en que todo trasvase que tenga un fin lógico tiene sentido aunque solo acabe sirviendo, en el peor de los casos, para aprovechar con más utilidad el agua por un mayor número de regantes.
El canal que hay que construir en España es el de la formación en la cultura del ahorro y de la inversión, para que a lo largo del tiempo cale, como sucede en nuestros comparables europeos. Es ilógico que en nuestro país el miedo a no comprender el comportamiento de los mercados, tanto de renta variable como de renta fija, haya concentrado el ahorro en los productos más ‘tontos’ de la pirámide de la inversión en niveles solo equiparables al de nuestros vecinos portugueses. Los españoles guardamos entre cuentas a la vista, depósitos, y fondos o planes de inversión monetarios más de un billón de euros.
Los españoles ya saben desde hace décadas que las cuentas a la vista solo pueden generar costes, de no darle tu alma al banco entregándole la nómina.
Con los depósitos desde hace años han aprendido que los decimales que generan de rentabilidad son como los amigos que darían la vida por ti, generalmente impares y siempre menos de tres.
Pero la gran sorpresa para todos los ahorradores en España ha sido descubrir este último año que lo que la banca llama perfil defensivo se ha acostumbrado a los números rojos, incluso mayores que los de los perfiles moderados y agresivos. Unas pérdidas que todavía son mayores si se tiene en cuenta una de las normas que todo inversor debería tener de cabecera: que a la rentabilidad lograda hay que quitarle el incremento del coste de la vida para saber cuál es el comportamiento real de la cartera.
El problema en España se ha enquistado porque no existe cultura de la inversión. El núcleo gordiano del ahorro financiero se ha cimentado en torno a lo que llamo productos ‘tontos’. Este núcleo gordiano se ha ido apretando por los dos lados que tiran de la cuerda. Por un lado, los ahorradores que no están dispuestos a pagar por un asesoramiento de calidad. Y, por el otro, las entidades financieras que pretenden seguir cobrando comisiones injustificables en productos mediocres que no son capaces de batir al mercado, mientras el cliente desconozca que puede y debe comparar lo que compra frente a otras cosas que hay en las tiendas. De la misma forma que lo hace cuando adquiere una lavadora.
La situación es todavía más preocupante si se piensa que la falta de incentivos de rentabilidad está llevando la tasa de ahorro sobre la renta disponible en España muy cerca de su mínimo histórico del 5,8 por ciento de 2008. La diferencia sustancial con aquel momento es que el ahorro era bajo por el altísimo endeudamiento de las familias, y ahora el ahorro es bajo porque el español ni conoce, ni atisba, ni siquiera se pregunta si hay productos en los que invertir. Peor aún, si le da por cavilar, la única respuesta que le viene a la cabeza es el ladrillo. Algo que no les ocurre a franceses o alemanes, que, como están mejor pagados, llevan su tasa de ahorro entre en 14 y 16 por ciento de su renta disponible.
Si los españoles pudieran familiarizarse con productos de inversión que a medio plazo son capaces de ofrecer mejores rentabilidades que sus comparables… Si los políticos lograran entender que la inversión no es un problema de ricos, y que además es una de las mejores fórmulas de atajar el problema de las pensiones… Y si las entidades financieras estuviesen dispuestas a lograr su beneficio por la vía de la generación de rentabilidades, superando a la media de la industria, y no por la vía de las altas comisiones, estaríamos sentando las bases de un ahorro financiero cada vez algo menos concentrado en productos ‘tontos’, con algo más de peso de productos algo más listos.
España necesita extender un canal de cultura financiera sobre el ahorro y la inversión, como el de nuestros referentes europeos, para erradicar el analfabetismo social que hay sobre el tema, sostenido por el rodillo de las entidades financieras. Seguramente nunca llegaremos a equiparnos con mentalidades más calvinistas, pero al menos la construcción de ese canal servirá para que aflore una cultura de la inversión más allá del depósito y la renta fija a cortísimo plazo.
Joaquín Gómez, Adjunto al Director, diario El Economista
Joaquín Gómez se incorporó como miembro fundador del diario El Economista en septiembre de 2005 y también es colaborador de tertulias en Intereconomía, RNE y Telecinco. Anteriormente, trabajó en Expansión, La Razón, Actualidad Económica y el Diario Ya. Joaquín Gómez es promotor de los índices Eco10 Stoxx, de Bolsa española, y Eco 30, un índice bursátil mundial, desarrollado en colaboración con FactSet y Stoxx.