La OCDE tiene la manía persecutoria de fijarse en los países con menor interés por emprender. De hecho publican cifras en que alrededor de la mitad de los jóvenes españoles que tienen ocupación (afortunados), trabaja en algo que requiere menos habilidades de las que tienen. De lo que se desprende siempre que la juventud de este país no va al trabajo pendiente de vivir retos, sueños o de conquistar expectativas para crecer emocional y profesionalmente.
En cierta manera tenemos lo que nos merecemos. La educación es pura instrucción, no hay debate, pensamiento o crítica. Nadie enseña a nuestros hijos el valor del fracaso cuando es sólo un error, a perseguir sueños a pesar de no ser rentables, a emprender como valor moral y no sólo como factor de enriquecimiento. No les enseñan a entender que un negocio es mucho más que una oficina, una fábrica, un campo de cultivo, un comercio o un escenario de venta, nadie les indica que también son espacios de conclusión, de rescate espiritual y de relación humana, de cooperación, de suma intelectual, de talento y de prosperidad.