Si por algo se caracterizará este 2021, que casi estamos despidiendo, es por haberse convertido en viaje inesperado y lleno de sobresaltos que ha puesto a prueba nuestra capacidad de reacción, la de nuestras empresas y la de nuestra economía. Tras superar los meses más duros de la pandemia, los buenos augurios llegaban con el progresivo levantamiento de las limitaciones en actividades tan críticas para la economía española como la hostelería y el comercio.
Las previsiones adelantaron los brotes verdes de la primavera al mes de enero y “Filomena” se encargó de recordarnos que todavía estábamos en invierno. En esta ocasión era la nieve la que congelaba la actividad. Después, aunque atípica y muy por debajo de las cifras pre-pandemia, la Semana Santa abría una puerta a que la recuperación mantuviese el vigor esperado, tanto por la aportación del turismo nacional, clave para la campaña, como por la evolución de la campaña de vacunación. Sin embargo, el año nos deparaba más sobresaltos. A la vuelta del verano, se comenzaban a notar los efectos de la escasez de suministros, el precio de la luz se disparaba hasta los 380 euros por megavatio hora, el barril de Brent volvía a superar los 80 dólares con el consiguiente encarecimiento de los combustibles… En definitiva, se producía una tormenta perfecta que incrementaba los precios. O lo que es lo mismo, la inflación se situaba en el 5,6%, alcanzando así máximos no conocidos en 30 años.