Pasan los meses y la vida política española sigue atrapada en un profundo laberinto, del que no da demasiadas muestras de querer salir con la celeridad que requiere la situación. Mientras los políticos españoles continúan varados en el limo, con sus idas y venidas y sus guerras internas, la actividad económica saca músculo, ha puesto la directa y crece al doble que el resto de países de la eurozona. Nuestro Boletín Trimestral de Coyuntura Económica FOCUS anticipa un crecimiento del PIB del 3,2% para 2016, claramente por encima del promedio histórico. El año que viene no será tan intenso, la expansión será del 2,6%; aun así, seguirá estando por encima de sus números habituales, demostrando que es capaz de pasar por encima del bucle político en el que el país lleva enrocado desde hace casi un año. La cuestión es ¿hasta cuándo?
El buen comportamiento de la demanda, tanto interna como externa, está tirando de la actividad. Sin embargo, sería un error asumir que la inestabilidad política no tiene la menor importancia. La falta de Gobierno acaba pasando factura: la falta de estrategia definida y el deterioro creciente de las expectativas de inversores nacionales y extranjeros hacen que sea urgente contar con un nuevo Ejecutivo. Otro periodo de estancamiento político podría tener un efecto más severo sobre la confianza y el crecimiento que el materializado desde diciembre del año pasado. Por si fuera poco, el renacido sector inmobiliario, que tantas alegrías prometía, empieza a emitir señales de peligro: en julio (último dato disponible) el crédito para la compra de vivienda mostraba un descenso de 11 puntos porcentuales comparado con el mismo periodo del ejercicio anterior.
Por otra parte, las previsiones contenidas en el boletín FOCUS determinan que el déficit público de España se situará en el 3,8% el año que viene, lejos otra vez de la meta del 3% de Protocolo de Déficit Excesivo. Sin embargo, si la economía es capaz de mantener unas tasas de crecimiento en el entorno del 2,6%, España podría llegar a situar su déficit público ligeramente por debajo del 3%.
En el plano internacional, la economía mundial sigue creciendo, pero con poco entusiasmo. El comercio mundial emite señales de debilidad: China parece haber encontrado un suelo para detener la caída de su crecimiento, pero tampoco acaba de remontar. América Latina se ve afectada por situaciones como la de Brasil, en profunda depresión, tanto económica, como política. La productividad está estancada en EEUU y en la Unión Europea, donde el inesperado ‘Brexit’ supone un foco añadido de incertidumbre. De momento, el temor a una crisis financiera y una recesión en Reino Unido se han reducido significativamente, pero la negociación será complicada y los costes a largo plazo aún están por determinar.
Lo malo es que España tampoco se libra de un problema de baja productividad y bajos salarios, que hacen más difícil reducir el déficit y la deuda pública. Sigue siendo necesario introducir medidas que fomenten la creación de puestos de trabajo, en especial de calidad; reduzcan la temporalidad e impulsen la empleabilidad; así como son indispensables políticas que impulsen el crecimiento de la productividad y un mayor tamaño medio de las empresas para aumentar la competitividad en los mercados de bienes y servicios. La reducción de la deuda externa y el avance en el proceso de consolidación de las cuentas públicas son imprescindibles.
Por lo tanto, lo peor que se puede hacer es sestear y deleitarse contemplando cómo la actividad económica avanza a velocidad de crucero por pura inercia. No hacer nada, nunca puede ser una buena solución. No contar con un Gobierno de manera rápida acelera el agotamiento en el proceso de aplicación de las reformas estructurales que necesita el país. La falta de Gobierno también podría retrasar la necesidad de corregir eventuales desviaciones en la ejecución presupuestaria de las Administraciones Públicas, cuyo cumplimiento es esencial para preservar la confianza de los agentes y socios europeos. El mayor riesgo para la economía española sigue siendo, pues, la complacencia, ya que los retos para la economía y la sociedad española siguen estando ahí. Ahora que los vientos soplan todavía de cola, España todavía dispone de una oportunidad única para afrontar reformas que son inaplazables. El tiempo corre en contra.
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