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¿Vamos hacia una nueva recesión global? ¿Está España preparada?

¿Vamos hacia una nueva recesión global? ¿Está España preparada?

Son las dos preguntas que en el ámbito económico nos traen de cabeza desde que comenzó 2016. La asimetría de los datos hasta ahora hace imposible encontrar unanimidad en las posibles respuestas. Si la situación se analizara sólo desde el prisma de las tasas de crecimiento en general podríamos afirmar que la economía global se ha sobrepuesto de la grave crisis financiera que estalló en 2007 y que derivó posteriormente en una abrupta contracción del PIB mundial, pues en los últimos años la economía mundial ha crecido sin desmayo.

Pero lo que no cabe duda es de que los temores que hacen pertinente la formulación de la primera de las preguntas son fundados. El título que encabeza la última edición del World Economic Outlook del FMI, “Se atenúa la demanda y se empañan las perspectivas” es un resumen bastante ilustrativo de la atmósfera que envuelve la economía global. Con más inquietud lo contempla George Soros. “Cuando veo los mercados financieros, hay un serio desafío que me recuerda a la crisis que tuvimos en 2008”, reflexionaba recientemente el magnate en referencia al año en que cayó el gigante financiero Lehman Brothers.

En un contexto en el que las previsiones de crecimiento se están revisando a la baja, en el que el comercio mundial se está desacelerando sensiblemente y en el que el panorama de los mercados financieros continúa revuelto, existe (de momento) la percepción generalizada de que, aunque no con el brío deseable, sí continuará el crecimiento económico global a medio plazo con permiso de los riesgos derivados de una desaceleración más intensa de lo previsto en China y su impacto en las economías emergentes más vulnerables por su excesiva dependencia de las materias primas. Que se lo digan a Brasil. A ello se suman las crecientes tensiones geopolíticas, la irresoluta crisis migratoria en Europa y los dramáticos zarpazos del terrorismo yihadista, que sin duda afectan a la confianza, al comercio exterior y en general a los flujos financieros globales.

Trataremos en este artículo de dar una respuesta moderadamente optimista sobre el futuro inmediato que nos aguarda. Empezaremos por recordar que pese a las turbulencias en los mercados bursátiles, ya remitiendo, la mayoría de las grandes potencias mundiales se mantienen en crecimiento. En general están poco expuestas a la desaceleración de China, inmersa en su inexorable tránsito desde una economía de abultados crecimientos espoleados por la inversión, las exportaciones y la deuda hacia un modelo más maduro que favorezca el consumo interno. Los temores al colapso del petróleo también se han aplacado cuando ya se atisba una estabilización en los precios, cuyo hundimiento ha estado más relacionado con el sobreabastecimiento que con un retraimiento de la demanda. Como se está comprobando, además, los precios bajos del crudo promueven el consumo mundial, sobre todo en la Eurozona, en Estados Unidos y en Reino Unido.

No debemos pasar por alto, sin embargo, que en el caso europeo la política monetaria está siendo demasiado agresiva. Es cierto el exceso de liquidez en el BCE de 500.000 millones de euros está sirviendo para que los países de la eurozona vayan reduciendo sus déficit gracias a unos costes de financiación muy asequibles. Pero no lo es menos que el rol que está ejerciendo el Banco Central Europeo de impulsor del crecimiento a base de anegar la eurozona con ríos de dinero se ha revelado insuficiente y entraña el riesgo de generar en la zona una nueva burbuja de liquidez, si no estamos ya en ella. De hecho, la política monetaria ha llegado al límite de su efectividad. Es algo que no se cansa de recordar Mario Draghi como un infructuoso clamor en el desierto para que sean los gobernantes europeos los que tomen la iniciativa con una suerte de hoja de ruta reformista, a lo que estos hacen oídos sordos pues el maná de la política monetaria ha inhibido aún más la ya de por sí escasa propensión de los gobiernos a continuar con las políticas de austeridad y de hacer reformas estructurales, que en sí constituyen la única vía verdaderamente capaz de recuperar un crecimiento sano y sostenido. Con todo, y pese a que la tormenta bursátil parece amainar, la economía global no está exenta de incertidumbres y con ello existe el riesgo de que permanezcan las perspectivas de un crecimiento muy moderado, de entre el 2% y el 3%.

En este contexto, ¿qué podemos esperar en España? Venimos de un excepcional 2015, con un crecimiento del 3,2%, pero es impensable repetirlo en 2016. Tendremos que conformarnos con tasas mucho más moderadas. El consenso del mercado cifra el previsible crecimiento en torno al 2,6%. De hecho, los datos conocidos durante el primer trimestre evidencian una cierta desaceleración, que ya venía asomando en los últimos trimestres, fundamentalmente porque los factores exógenos que habían dopado la actividad -liquidez del BCE, precio del petróleo, depreciación del euro- han ido perdiendo fuelle.

La zozobra internacional también hace mella y a ello se suma ahora el impasse de incertidumbre política que vive el país, que en nada ayuda a la generación de la necesaria confianza de los agentes económicos para seguir atizando la caldera de la actividad. Por ello, la evolución en estos primeros meses del año, que culminarán once trimestres consecutivos de crecimiento, deja elementos para la inquietud, entre ellos una notable caída de la confianza del consumidor y un aparente agotamiento de la demanda interna. Esto es relevante, porque los dos principales motores que en los últimos trimestres han impulsado el crecimiento han sido el consumo de las familias y la inversión empresarial. Hay que confiar en que se trate sólo de síntomas transitorios que remitan conforme se vayan disipando los nubarrones internacionales y se logre la estabilidad gubernamental. Porque si bien España puede exhibir, junto con Irlanda, la reactivación económica más vigorosa de la eurozona y mayor ritmo de creación de empleo en el último año, aún le resta por recuperar casi un 40% del PIB y el 75% del empleo perdido desde el inicio de la crisis. Ello da idea del trecho que todavía queda por recorrer para recuperar los niveles previos a la crisis y que la recuperación llegue a ser percibida de forma generalizada por los ciudadanos.

Sigue habiendo elementos positivos que van a seguir espoleando a la economía española, como la pujanza del turismo (muy beneficiado por la inestabilidad en países directamente competidores), los bajos precios del petróleo, que además de rebajar la factura energética incrementarán la renta disponible de los hogares para el consumo. Junto a ello, las favorables condiciones financiares propiciadas por el BCE debería servir para espolear el crédito hacia las pymes y actividades emprendedoras. Pero no perdamos de vista que la recuperación se sigue sustentando fundamentalmente en los conocidos habituales de España, el consumo interno, el turismo e incluso la construcción, porque en cuanto ha mejorado la demanda interna las importaciones han vuelto a sobrepasar con creces el volumen de exportaciones. Eso evidencia la persistente asignatura pendiente de transformar el patrón de crecimiento hacia una mayor reindustrialización y, ahora, incorporando los avances de la economía digital.

La economía española mantiene, pues, una buena inercia, pero volver a las andadas del gasto desenfrenado o caer en la tentación de la involución reformista sería un error que pagaríamos caro. Es importante que el país disponga pronto de estabilidad gubernamental, que genere en los mercados y en los inversores internacionales confianza, que permanezca el compromiso con la estabilidad presupuestaria y las reformas económicas -flexibilidad laboral, viabilidad de la Seguridad Social, suavización tributaria, reindustrialización, mejora de los canales de crédito a las empresas que no operan en los grandes mercados, calidad educativa… Sólo así habrá fundamento para responder afirmativamente a la segunda pregunta del título que encabeza este artículo.

Juan José Garrido, Redactor Jefe de Expansión

Juan José Garrido es periodista especializado en información económica. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, comenzó a trabajar en el Diario de León. Ha desarrollado su carrera profesional en el diario Expansión, donde en la actualidad es Redactor Jefe de Economía/Política y de Opinión. Ha colaborado en tertulias de televisión y medios escritos especializados en economía con artículos de opinión.

Categorías: Estudios y Análisis

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