A la espera de si los tardíos 11.000 millones de euros en ayudas a los sectores más afectados por la pandemia ejercen de salvavidas efectivo en la economía real, los últimos datos publicados ponen los pelos de punta. Especialmente si miramos hacia las actividades que, durante años, han sostenido la economía española.
En febrero los concursos de acreedores se dispararon un 125% en el sector de la hostelería. De hecho, según los datos del último Radar empresarial de concursos de acreedores y creación de empresas elaborado por el Gabinete de Estudios Económicos de axesor, fueron los bares y restaurantes los que arrastraron al conjunto del tejido empresarial de España, donde las insolvencias crecieron un 18,5%.
Sin lugar a dudas, estas cifras no son un buen síntoma. Pero en los momentos de convulsión e incertidumbres por los que atravesamos quizá debamos empezar a fijarnos en aquellos que hacen una defensa numantina de sus negocios. Los hay. Son muchos los que hosteleros que han sabido ser resilientes en un sector que, antes de la irrupción del COVID, representaba el 6,5% de nuestro Producto Interior Bruto (PIB). Autónomos y pequeñas empresas que, reinventándose, han pasado de lo puramente analógico a lo digital para resistir el envite de un virus que les obligó a echar el cierre de manera temporal, a ver limitada y adaptada su actividad debido a los toques de queda, así como a prescindir de en torno al 20% de los 1,7 millones de empleos que sostenían.
Muchos negocios de la hostelería pocos días después de decretarse el estado de alarma pusieron en marcha sus particulares delivery. Soluciones con las que no sólo mantuvieron las ventas, sino que compensaron la facturación perdida por el consumo en los locales. Incluso, los que además del servicio de restauración disponían de tienda empezaron a ‘exportar’ sus productos a varias provincias españolas, gracias a los pedidos que recibían desde sus recién estrenadas tiendas online.
Otros, recurrieron incluso a la tecnología más avanzada e incorporaron a su plantilla robots que se encargaban de llevar los pedidos a las mesas de los clientes.
Historias de esperanza que, no obstante, no deben emplearse para esconder una realidad que invita a la reflexión. Según los datos de Facyre (Federación de Cocineros y Reposteros de España) sólo dos de cada diez de los 380.000 puntos ‘horeca’ (hoteles, restaurantes y cafés) tiene correo electrónico. Porcentaje excesivamente bajo si tenemos en cuenta que ocho de cada diez clientes de estos establecimientos buscan información a través de internet y redes sociales sobre el mismo.
Es por ello por lo que, amén de los esperados 11.000 millones de ayudas y de las medidas de incentivo fiscal (exenciones, rebaja de tasas e impuestos, …), urge poner en marcha el Plan de Digitalización de Pymes 2021 – 2025, anunciado por el Gobierno el pasado mes de enero. El plan asume una inversión de 11.000 millones de euros de los cuales cerca de 5.000 se destinarán a impulsar la transformación digital de 1,5 millones de autónomos, micropymes y pymes. Un plan que, además, debe poner una de sus tildes en la formación en competencias digitales porque digitalizarse no significa tener una web o abrir una tienda virtual. Digitalizarse implica conocer cómo promocionarse a través de las redes sociales, cómo emplear el geomarketing y crear una base de datos que permita personalizar los productos y servicios para mejorar la experiencia de los clientes, conocer a través de herramientas predictivas y de gestión de riesgos cómo trabajan sus proveedores… Digitalizarse es dejar de mirar a la Inteligencia Artificial y el Big Data desde la distancia y convertirla en aliada estratégica de los todos los negocios, sin exclusión.