Si algo ha dejado claro el COVID es que las crisis permiten acelerar los cambios y abren todo un nicho de oportunidades. Desde principios del milenio llevamos escuchando que la economía española debe rotar hacia un nuevo modelo económico que, sin renunciar a ello, rebaje el peso del turismo, la hostelería y el ladrillo en el PIB e incremente el de los sectores más tecnológicos y la industria.
Los datos apuntan en esta dirección. Sectores como el transporte y almacenamiento, muy ligados a los nuevos hábitos de los consumidores, no sólo ganan adeptos dentro del ecosistema emprendedor, sino que también las empresas ya consolidadas incrementan sus inversiones. Hasta el mes de mayo las ampliaciones de capital del citado sector se han incrementado un 260% interanual en comparación con los cinco primeros meses del pasado año, aproximándose a los 376 millones de euros, según los datos del Radar de ampliaciones de capital, elaborado por el Gabinete de Estudios Económicos de axesor. Todo pese a la parálisis de la economía durante los meses en los que ha estado activo el Estado de Alarma, que se ha saldado con una reducción del 32,4% en el montante global de operaciones (apenas 8.459 millones de euros frente a los 12.514 de 2019).
No obstante, en términos absolutos, el volumen del citado sector continúa lejos del acumulado por el de las actividades financieras y de seguros, de las actividades inmobiliarias y la construcción, en los que las ampliaciones superaron los 2.130, 1.901 y 953 millones de euros respectivamente entre enero y mayo.
Además del cambio que, a tenor de las cifras, se está produciendo en el tejido empresarial de España, lo cierto las empresas están viviendo un proceso de transformación interna marcado por la digitalización y la sostenibilidad, que se han convertido en los principales focos de las inversiones.
Se suele decir que “a la fuerza ahogan”, pues el teletrabajo y la virtualización de las compras durante el confinamiento ha obligado a muchos negocios a “tirar” de recursos propios o ajenos (líneas ICO) para adaptar sus sistemas de producción y ventas al nuevo escenario que, contribuirá, sin lugar a dudas, a poner punto y final al síndrome del presencialismo. Inversiones que, aunque suponen un gran esfuerzo inicial, acabarán compensándose y rentabilizándose en el largo plazo, sobre el que, en definitiva, deben sostenerse las estrategias de las empresas.
En primer lugar, por el ahorro en costes estructurales. Los analistas ya auguran la desertización parcial de polígonos y centros empresariales en pro de espacios de coworking de menor dimensión. Por otra parte, el incremento de las ventas en tiendas virtuales requerirá de espacios de almacenaje más amplios. Fijémonos si no en la operación del gigante del bricolaje Leroy Merlín a principios de junio: la francesa sumará otros 18.800 metros cuadrados a la nave de 105.000 metros cuadrados que tiene en la provincia de Guadalajara. Otro ejemplo es la ampliación de la nave de Amazon en Dos Hermanas (Sevilla), que la compañía inauguraba el mes de marzo y cuya inversión inicial se tasó en 65 millones de euros.
En segundo lugar, la digitalización abre las puertas a un mercado global, por encima de las tentativas proteccionistas de algunos gobiernos. Así, el fenómeno de la ‘glocalización’ -la globalización desde lo local- contribuirá a la internacionalización de nuestras empresas y, por tanto, mejorará su competitividad.
Si tenemos en cuenta el pilar de la sostenibilidad, la crisis sanitaria ha otorgado mayor relevancia a las inversiones medioambientales y sociales. Más aún cuando éstas se apoyan, entre otros, en el empujón que se ha dado a las políticas tanto de los Gobiernos como de la propia Unión Europea. El European Green Deal, de medidas de recuperación, incentivará las apuestas de las empresas que se sumen a los objetivos de descarbonización de la economía, que tendrán más facilidades para acogerse a bonificaciones fiscales y programas de ayuda. Amén del ahorro de costes, entre otros, energéticos, que en España están muy por encima de los del resto de competidores de la Unión Europea y suponen un lastre para la industria. A lo anterior se añade el peso cada vez mayor que los inversores (mayoristas y minoristas) otorgan a los criterios ESG fuera y dentro del mercado de valores. Resulta obvio, por tanto, que en el futuro inmediato las empresas -tanto grandes como medianas y pequeñas- destinarán más recursos a teñir de verde su hoja de ruta.
Ante este escenario y, pendientes de cómo evoluciona la recuperación todo apunta que los datos del primer semestre (a punto de conocerse) ratificarán la tendencia que se viene produciendo desde que arrancase este inesperado e incierto 2020 y consolidarán el camino al tan deseado nuevo modelo productivo.