El sector financiero se ha convertido en el gran protagonista de los movimientos de ampliaciones de capital en el tejido empresarial español. De acuerdo con los datos que nuestro Gabinete de Estudios Empresariales acaba de publicar en su segundo Radar Empresarial de septiembre, el sector movilizó en agosto 2.177,65 millones de euros, más del doble que en el mismo mes del año pasado y el 60% de todo el dinero canalizado por las empresas españolas durante ese mes (3.621,04 millones de euros). Solo en los últimos tres meses, las ampliaciones de capital efectuadas por el segmento de actividades financieras superan los 6.725 millones de euros en términos nominales. Esta efervescencia es un reflejo de los procesos de reestructuración que afronta un sector vital, cuya aportación directa al PIB en el caso de España es del 3,6%, lo que pone de manifiesto su relevancia.
Y es que la actividad crediticia está en el germen de la crisis financiera que estalló en 2008. Ya entonces el sector financiero emprendió una forzosa reestructuración cuya puesta a punto aún continúa 10 años después. De acuerdo con la Federación Europea Bancaria (EBF, en sus siglas en inglés), la asociación patronal del sector en la UE, el sector financiero ha sido como un motor sobrealimentado del que se han ido quitando piezas para ponerlo a punto. El número de oficinas bancarias ha caído un 20% en la UE durante los últimos diez años, lo que se traduce en el cierre de 48.000 sucursales hasta las 189.000 actuales. Del mismo modo, el número de empleados en el sector lleva nueve años cayendo y está en los niveles más bajos de las últimas dos décadas, con 2,8 millones de empleados, unos 460.000 empleados menos que al comienzo de la crisis. Y las cifras generales de Europa también tienen su correlato en España, donde la crisis del sector ha sido particularmente virulenta.
Así, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el número de ocupados del sector de actividades financieras y de seguros en España era al cierre del segundo trimestre de este año de poco más de 443.000 personas, unas 80.000 personas menos que en el segundo trimestre de 2008, poco antes de que la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers diera el pistoletazo de salida oficial a la crisis. Por otra parte, de las 60 entidades financieras que había en España en 2007, entre bancos y cajas de ahorro, hoy solo quedan poco más de una docena, pero el proceso de concentración podría continuar. A pesar de que tanto la patronal del sector en España (AEB), como algunas entidades bancarias han insistido en que el margen para nuevos procesos de concentración a nivel local está prácticamente agotado, desde el Banco de España se considera que todavía se pueden lograr más reducciones de costes y mejoras de eficiencia y rentabilidad con nuevas fusiones. Y, lo que es más, desde el Banco Central Europeo (BCE) se anima abiertamente a que ahora tenga lugar un proceso de concentración transfronterizo que permita crear grandes bancos paneuropeos.
Por otra parte, el sector financiero tiene que hacer a las crecientes exigencias de los reguladores en materia de liquidez y solvencia; a la menor demanda de crédito del tejido empresarial (el volumen total de crédito ha retrocedido cerca de un 40% desde los máximos de 2009, según datos del Banco de España); a la caída de márgenes provocada por los tipos de interés en mínimos, así como a la irrupción de nuevos competidores en el negocio de banca digital. Las Fintech son compañías que utilizan las nuevas tecnologías para prestar servicios financieros que hasta ahora eran patrimonio exclusivo de la banca tradicional y el hecho es que están teniendo una gran acogida en España.
Ese es el horizonte que espera a la banca española tras acumular una década de complicaciones con fusiones y absorciones y grandes ampliaciones de capital para poder financiarse (173.934,6 millones de euros acumulados hasta la fecha, un 35,5% del total de 489.308,2 millones de euros registrados por todo el tejido empresarial español).
Con todo, también hay buenas noticias para el sector. La morosidad, lleva cayendo a tasas de dos dígitos interrumpidamente desde diciembre de 2014 y se ha reducido a casi la mitad desde los máximos que alcanzara hace tres años; nuestra previsión es que siga retrocediendo. En consecuencia, la ratio de morosidad ha dejado muy atrás los ratios superiores al 13,6% alcanzados a finales de 2013 y lo que estimamos es que la tasa termine el año por debajo del 8%. De cumplirse esta proyección, se trataría del nivel de morosidad más bajo desde 2011, con la notable diferencia respecto a entonces de que ahora la economía se encuentra en plena expansión (prevemos un crecimiento del 3,1% en 2017 y del 2,8% en 2018).
Adicionalmente, el nuevo escenario de tipos de interés solo tiene un camino y ese es hacia arriba (si bien de forma muy gradual y controlada), lo que proporcionará cierto alivio en materia de márgenes. Igualmente, los requisitos de transparencia e información introducidos por la directiva MiFID II, que entrará en vigor a partir del 1 de enero, deberían servir para que evitar que la red incurra en los errores de comercialización de productos de inversión que tan nefastas consecuencias tuvieron en el pasado. En definitiva, la puesta a punto de este motor económico continúa, como ha puesto de manifiesto la estadística de ampliaciones de capital, pero el sector se ha ido rediseñando con mejores piezas para afrontar los desafíos que vienen por delante.