Los grandes problemas requieren soluciones a su altura. Y arrojan consecuencias que tampoco son pequeñas. Es lo que les pasa a los bancos centrales, que tras casi una década empleándose a fondo, con medidas monetarias sin precedentes para combatir la mayor crisis desde la ‘Gran Depresión’, ahora deben encarar el camino de vuelta. Este repliegue será la auténtica prueba del algodón de la recuperación económica. La prueba de fuego para saber hasta qué punto es artificial, y está sustentada únicamente por la extraordinaria asistencia de los ‘señores del dinero’, o real, y está basada ya en las sólidas raíces de los resultados y la inversión empresarial, el consumo privado y el mercado laboral.
Esta vez, el desafío se ve ampliado precisamente por lo lejos que los bancos centrales han llevado sus políticas. En otros ciclos, primero bajaban los tipos de interés para luchar contra la contracción económica y luego, cuando la situación se revertía, pasaban a subirlos. Ahora no bastará con subir los intereses, porque tampoco han sido suficientes para plantar cara a los efectos de la ‘Gran Recesión’ y a los graves problemas financieros posteriores a la quiebra de Lehman Brothers. Reforzaron sus políticas con masivas compras de activos financieros en el mercado, un recurso que está en su caja de herramientas, pero al que nunca habían recurrido de este modo y con esta magnitud.
Estas adquisiciones han provisto al sistema de una liquidez abundante, que no sólo ha servido para evitar males mayores al sector bancario, sino que ha revivido los mercados. Sin duda, esa liquidez es la que late tras los máximos históricos vistos en los últimos años en la renta variable, con los principales índices bursátiles estadounidenses como grandes estandartes, y en la renta fija, tanto soberana como privada –tanto la de grado de inversión como la de alta rentabilidad-. Un dato: en julio, y según datos de Bloomberg, la capitalización bursátil mundial ha marcado un nuevo máximo histórico por encima de los 76 billones de dólares –unos 67 billones de euros-.
Por eso el reto es tan mayúsculo. Porque la recuperación de los mercados ha sido clave en la recuperación de la economía, por el efecto riqueza generado y por la facilidad de financiación para las compañías. Y los bancos centrales van a empezar ahora a drenar liquidez, que ha sido el catalizador fundamental de su resurrección, y que ha corrido no por decenas o cientos de miles de millones de euros, sino por billones, tal como reflejan los balances de los dos grandes bancos centrales del mundo.
A comienzos de agosto de 2007, justo antes de las primeras intervenciones de urgencia de los bancos centrales, el balance de la Reserva Federal (Fed) estadounidense se limitaba a 0,87 billones de dólares. Ahora –aunque viene siendo así desde 2014- ese balance alcanza los 4,5 billones de dólares. En el caso del Banco Central Europeo (BCE), su balance ha engordado desde los 1,2 hasta los 4,2 billones de euros, y aún crecerá más porque, al menos hasta finales de 2017, dedicará 60.000 millones de euros mensuales a seguir comprando deuda en el mercado. Esta liquidez adicional, suministrada a partir de las rondas de expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) que han ejecutado en la última década, ha regado las cotizaciones.
Son los casos más señeros, pero no los únicos. Y estas cifras, combinadas con las del resto de los bancos centrales, arrojan consecuencias, además de llamativas, potencialmente peligrosas. El Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés) recoge varios datos que apuntan en esa dirección. El ‘banco de los bancos centrales’ calcula que entre 2009 y 2016 el volumen de crédito en dólares a empresas no estadounidenses creció un 50%, hasta los 10,5 billones de dólares –unos 9,2 billones de euros-. O como el hecho de que también se haya duplicado en el mismo periodo, hasta una cuota del 10,5%, el porcentaje de ‘compañías zombis’, es decir, aquellas cuyo beneficio operativo no cubre los gastos financieros, un incremento que en parte se debe a que las alegres políticas monetarias alargan su ‘no vida’, algo que resta recursos a otras empresas que sí están vivas de verdad. Sin olvidar que, por supuesto, las extraordinarias políticas monetarias de los bancos centrales han incentivado la generación de deuda. Según el ‘Monitor de Deuda Global’ difundido en junio por el Instituto Internacional de Finanzas (IIF), la montaña total de deuda alcanza ya los 217 billones de dólares –unos 190 billones de euros-, un volumen sin precedentes y equivalente ya al 327% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial.
Por eso ahora, cuando toca volver atrás, la ‘operación bikini’ de los balances exigirá la mayor de las precisiones por parte de los bancos centrales. Si se pasan, arruinarán la recuperación. Si se quedan cortos, cebarán nuevos excesos en los mercados y en el universo financiero.
La dieta no tardará en llegar. Por el momento, y por aquello de que, de hecho, va por delante en el ciclo –de hecho, EEUU lleva creciendo sin parar desde junio de 2007 y su banco central ha subido los tipos en cuatro ocasiones desde finales de 2015-, la Fed ya ha anunciado su intención de empezar a reducir su balance en el tramo final de 2017. En cuanto al BCE, su turno llegará en 2018, que será cuando empezará a rebajar el ritmo de las compras mensuales, hasta que las retire por completo. Pero se espera que prepare el camino para esa progresiva reducción, conocida como ‘tapering’, también a finales de 2017.
En paralelo, tanto el BCE como otros grandes bancos centrales, como el Banco de Inglaterra o el Banco de Canadá, que en julio ha subido los tipos por primera vez desde 2010, también moverán las palancas convencionales. Esto es, los tipos de interés. Para elevarlos, claro está. No se esperan, en absoluto, subidas intensas, sino graduales, pero sin duda esa acumulación de una progresiva retirada de los estímulos más extraordinarios y de un aumento de los intereses representará una prueba de fuego para los mercados. Y, por supuesto, para la recuperación, auspiciada por unas condiciones monetarias sin parangón.
Sin duda, es bueno que sea así. Que los bancos centrales aspiren a normalizar lo que era extraordinario evidencia que por fin pueden hacerlo. O lo que es lo mismo, que el paciente ya está listo. Pero
falta lo más difícil. Saber cuándo y cuánto cambiar su dieta. Y cómo lo encajará. Un desafío supremo. A la altura de la crisis.
Licenciado en Periodismo y Doctor en Comunicación por la Universidad de Navarra, Pedro Calvo es actualmente el director de Bolsamanía, anteriormente trabajó en El Confidencial, donde fue responsable de la sección de Economía y Mercados, y en los diarios de información económica El Economista y Expansión, en los que cubría la información sobre bancos centrales, divisas y macroeconomía. Es autor del libro "Gowex, la gran estafa" (Deusto).