Mario Draghi está a punto de cumplir cinco años al frente del Banco Central Europeo (BCE). Desde que sustituyó al francés Jean-Claude Trichet en la presidencia de la institución monetaria en noviembre de 2011, el banquero italiano ha llegado más lejos con la estrategia ‘anticrisis’ que está ejecutando de lo que nadie –ni él mismo, posiblemente- podía imaginar.
La secuencia, desde luego, impresiona. Ha conducido a los tipos de interés hasta el infinito y un poco más allá, puesto que el precio oficial del dinero se encuentra en el 0%, cuando lo heredó al 1,5%, y puesto que los tipos de la facilidad de depósito llevan en terreno negativo desde junio de 2014, con lo que los bancos pagan un peaje al BCE por llevarle de vuelta su dinero ocioso. Ahora, esa penalización es del -0,40%.
Ha bombeado más liquidez que nunca y a los plazos más largos de siempre con los distintos programas extraordinarios de financiación bancaria que ha dispuesto desde finales de 2011.
Ha protagonizado auténticos trucos de magia, como su famoso programa de Compras Monetarias Directas (OMT, por sus siglas en inglés), con el que en septiembre de 2012 apuntaló el compromiso lanzado dos meses antes, cuando anunció que haría
“todo lo que fuera necesario para salvar al euro”. El OMT aún no ha sido estrenado, pero bastó su presencia para ejercer un efecto tranquilizante demoledor.
Y ha apurado los límites del mandato del BCE con la creación de su particular programa de expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés), que incluye la adquisición de deuda pública y privada en el mercado. Lanzado en enero de 2015, primero contó con una munición de 60.000 millones de euros al mes con vigencia hasta septiembre de 2016,
posteriormente fue ampliado hasta, al menos, marzo de 2017 y ya en marzo de este año ha sido potenciado hasta los 80.000 millones de euros al mes. Todo ello ha contribuido a que el balance del BCE haya engordado como nunca. Comenzó la crisis, allá por agosto de 2007, en los 1,19 billones de euros; cuando
Draghi accedió a la presidencia estaba ya en los 2,33 billones de euros; y ahora está más gordo que nunca, en los 3,39 billones –y subiendo-.
Lejos de manifestar fortaleza, de representar una exhibición de músculo monetario, esta intrincada estrategia, de proporciones barrocas si se define con precisión a través de sus siglas –LTRO, OMT, TLTRO, TLTRO II, CBPP1, CBPP2, CBPP3, ABSPP, APP, PSPP, CSPP…-, denota impotencia. También perseverancia, porque demuestra que Draghi no se doblega, pero, sin duda, impotencia. Porque el banquero italiano ha tenido que asumir que únicamente disparando por acumulación y por diferentes flancos podía empezar a sellar las maltrechas costuras del euro y de la economía y las finanzas europeas. Es decir, nadie, ni siquiera los aparentemente todopoderosos banqueros centrales, poseen una pócima mágica para luchar contra una crisis como la desatada en 2007, posteriormente agravada en la Eurozona desde 2010 con Grecia como principalmente exponente y con la viabilidad del euro en entredicho.
El problema para Draghi es que, como los ciclistas que afrontan una curva, y otra más, y otra aún más empinada, en el último puerto de unas de las grandes etapas de montaña de la última semana Tour de Francia, los kilómetros de la crisis y el desgaste de los esfuerzos que ya ha realizado comienzan a notarse. Y mucho.
Lo describe perfectamente el exgobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, en su libro ‘El fin de la alquimia’. “Los bancos centrales son, en efecto, como ciclistas pedaleando por una cuesta cada vez más empinada. Tienen que inyectar cada vez mayores estímulos monetarios con el fin de mantener la misma tasa de crecimiento del gasto agregado”, explica gráficamente. Pero aún va más allá: “El estímulo monetario a través de los bajos tipos de interés funciona en gran parte ofreciendo incentivos para adelantar consumo desde el futuro hasta el presente. Pero éste es un efecto de corto plazo. Después de un tiempo, el mañana se vuelve hoy. Entonces tenemos que repetir el ejercicio y adelantar consumo desde el nuevo mañana hasta el nuevo hoy. Conforme el tiempo pasa, estaremos cavando un agujero cada vez más grande en la demanda futura. El resultado es una tendencia de crecimiento débil para la economía y que se autorrefuerza”. Y remata: “Se ha vuelto cada vez más difícil persuadir a los hogares y las empresas de que adelanten el consumo una vez más desde un futuro cada vez más sombrío. Después de un punto, la política monetaria se enfrenta a rendimientos decrecientes. Ya hemos alcanzado ese punto”.
El banquero italiano es consciente de ello. Por eso está reforzando su llamamiento –literalmente, está implorando- a los gobiernos europeos para que apliquen las reformas estructurales y apuren los márgenes presupuestarios –aquellos que lo tengan, como Alemania- con el fin de que la política económica y la política fiscal echen una mano a la política monetaria para reactivar el crecimiento europeo.
Como ocurre siempre en estos casos, no se conoce el escenario alternativo. Es decir, no se puede saber qué hubiera pasado si Draghi no hubiera ido tan lejos. Pero los resultados evidencian que la Europa del euro necesita algo –o bastante- más para superar realmente los efectos de la crisis. Aunque la inflación vuelve a arrojar tasas positivas, el BCE asume que en 2018 seguirá por debajo de su objetivo de mantenerla por debajo, pero cerca, del 2%. Para entonces pronostica que estará en el 1,6%. En cuanto al crecimiento, permanecerá por debajo del 2% en 2016, 2017 y 2018, con lo que continuará claramente por debajo del crecimiento medio del 2,3% registrado en la década previa a la crisis.
En el frente financiero, las primas de riesgo entre los países del centro y la periferia se han relajado con claridad –en el caso español se ha pasado de los 650 puntos básicos de julio de 2012 a los 100 puntos actuales- y el crédito al sector privado se está recuperando, pero a ritmos bajos como consecuencia del proceso de desapalancamiento por el que deben pasar las economías. Lo evidencia que sobra cada vez más dinero en la Eurozona, una realidad que manifiesta que los bancos no saben qué hacer ni dónde poner buena parte del dinero que el BCE les suministra. El exceso de liquidez supera ya el billón de euros, un volumen sin precedentes que, en el caso de asentarse, les costará a los bancos 4.000 millones de euros en un año como consecuencia de los tipos de depósito negativos. No es el único efecto secundario incómodo. Draghi tampoco es ajeno al riesgo de que la abundante liquidez que proporciona el BCE y la represión financiera alimenten desequilibrios financieros y burbujas. Como tampoco lo es de la distorsión que su hiperactividad provoca en los mercados, como en el deuda pública, en el que el BCE ya atesora más de un billón de euros en títulos soberanos o de agencias públicas.
El banquero italiano no ceja en su empeño. Lleva casi cinco años pedaleando sin descanso. Por algo su apodo de 'SuperMario'. Pero hasta los míticos Fausto Coppi y Gino Bartali cayeron derrengados en algún momento. Y Draghi está cada vez más cansado de rodar en solitario.
Licenciado en Periodismo y Doctor en Comunicación por la Universidad de Navarra, Pedro Calvo es actualmente el director de Bolsamanía, anteriormente trabajó en El Confidencial, donde fue responsable de la sección de Economía y Mercados, y en los diarios de información económica El Economista y Expansión, en los que cubría la información sobre bancos centrales, divisas y macroeconomía. Es autor del libro "Gowex, la gran estafa" (Deusto).