Hacia el mes de junio de este año, la Bolsa de Shanghai comenzaba a desplomarse. Los parqués bursátiles chinos llevaban subiendo durante varios trimestres a un ritmo frenético, alcanzando revalorizaciones superiores al 100% en menos de un año. Precisamente y en gran medida, esos excesos alcistas propiciaron los desplomes posteriores. Las reversiones de muchos cambios regulatorios que habían facilitado la inversión en meses anteriores, favoreciendo la entrada de inversores poco formados, también fue decisiva para desatar violentas oleadas de ventas.
Y por supuesto, también existía una explicación puramente económica: los datos macroeconómicos del Gigante Asiático llevaban varios meses empeorando, realidad que se iba haciendo más visible día a día, haciéndose más profundos los desequilibrios que China había venido acumulando durante las últimas décadas de fortísimo crecimiento. Sobrevaloraciones, cambios regulatorios y preocupaciones económicas formaban un coctel explosivo.
Lo que empezó siendo una caída bursátil localizada en China en una primera fase, acabó teniendo una trascendencia mucho mayor. En una segunda fase, el desplome de los mercados chinos comenzó a contagiarse y afectando a todos los activos financieros cotizados, generando una de las mayores correcciones bursátiles occidentales que se recuerdan durante el pasado verano. Índices como el Dax alemán perdieron más del 16% desde el 11 al 24 de agosto, mientras que Wall Street, se dejó más de un 10%.
La sobrerreacción de las autoridades chinas a la caída de las Bolsas no hizo sino poner más aun el foco de atención en las preocupaciones económicas que se derivaban. Por ejemplo, la depreciación del yuan, tras un muy mal dato de exportaciones, hacía crecer los temores sobre un nuevo capítulo de la Guerra de Divisas a la que llevamos asistiendo desde el inicio de la crisis.
Las materias primas profundizaban más sus caídas, al detectarse un posible shock de demanda; las divisas de los países emergentes, y de otra naturaleza, como el dólar, hacían lo propio; incluso, los Bancos Centrales parecían cambiar sus planes sobre política monetaria. Sin ir más lejos, la Reserva Federal ha pospuesto la subida de tipos de interés, que se esperaba para después del verano, y el BCE, recientemente, se ha comprometido a estudiar la ampliación de su programa de compras. Así pues, en una tercera fase, se produjo un cambio sustancial sobre el sentimiento económico mundial, que se materializaba con la modificación de las previsiones de crecimiento económico para el corto y medio plazo.
Recientemente, el organismo más mediático y trascendental a este respecto, el FMI, ha rebajado las previsiones de crecimiento mundial dos décimas para este ejercicio (hasta el 3,1%) y otras dos para el próximo (hasta el 3,6%). Básicamente, las tendencias económicas actuales se articulan en las siguientes bases. En las economías desarrolladas, tenemos que Estados Unidos, Japón y Europa se aceleran moderadamente.
En las principales economías emergentes se encuentran las peores noticias. China se ralentiza, también de forma moderada pero algo más intensa, y sobre todo, más incierta. Las previsiones apuntan a que en un período de tres años, el crecimiento chino perderá cerca de un punto y medio de velocidad (desde el 7,5% del 2014, al 6,1% de 2017).
Sin embargo, existe una gran incertidumbre sobre estas proyecciones, en un país enorme que ha vivido un experimento económico durante los últimos lustros, con una economía que se rige por parámetros muy distintos a los occidentales, en medio de un cambio de modelo de crecimiento que inocula multitud de medidas contradictorias e imprevisibles. Otros países emergentes, como Brasil y Rusia, estarán en recesión de forma más prolongada de lo que parecía, mientras que India mantendrá su pulsión, acelerando ligeramente su crecimiento.
En general, todos los países exportadores de petróleo y de materias primas, enfriarán sensiblemente su crecimiento. Y los países emergentes de segunda generación seguirán fortaleciéndose, pero a menor ritmo que el que se ha atisbado en los últimos años.
Estos escenarios centrales se enfrentarán también a retos que desafiarán su solidez.
El FMI detecta tres retos principales a los que el conjunto de áreas económicas son especialmente permeables en el corto y medio plazo: el cambio del modelo productivo de China y su impacto en el crecimiento del país, el equilibrio entre los países productores y los consumidores de materias primas, canalizado a través del precio de las mismas, y los cambios en las políticas monetarias de los principales bancos centrales, como la FED, el Banco de Japón, el BCE o el Banco de Inglaterra.
En definitiva, lo sucedido este verano con los mercados chinos ha provocado una reflexión mucho más global, sirviendo de test para clarificar el escenario económico que aparece en el horizonte. Pero la claridad no es ni mucho menos total, existiendo muchas incertidumbres y preguntas sin respuesta. Dejamos atrás la mayor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial, en paralelo a la aceleración del reparto de la tarta económica entre los nuevos actores y los tradicionales. Es altamente probable que en los próximos trimestres aparezcan nuevas amenazas, o se recalibre la importancia de las actuales.
Daniel Pingarrón
Licenciado en Administración y Dirección de Empresas por CUNEF, Daniel comenzó su carrera en el mundo financiero trabajando con derivados en la tesorería de un gran banco español. Se incorporó a IG en 2008, pasando posteriormente a formar parte del Dpto. de Estrategias. Colabora habitualmente con publicaciones financieras y generalistas, compartiendo sus opiniones del mercado, labor por la que el Dpto. de Estrategias de IG ha recibido varios premios y distinciones. @danielpingarron @IG_Espana