En los últimos días hemos asistido al desplome acelerado de la moneda rusa, el rublo, que ha arrastrado a los mercados bursátiles de este país y amenaza con hundir a la economía rusa en una recesión que podría suponer una caída del PIB en un 4,5% el próximo año. Un cambio de paradigma que no se ha producido de la noche a la mañana, sino que se ha ido gestando a lo largo de los últimos meses, aunque muchos no hayan sabido identificar los riesgos con la suficiente antelación. El origen de esta crisis está, a su vez, en la caída constante del precio del petróleo desde mediados de año, que se ha intensificado en el último trimestre por la reducción de la demanda (fundamentalmente de China y Europa) y el auge de alternativas como el fracturación hidráulica (fracking) para la extracción de crudo en áreas que antes eran de difícil acceso, tecnología que ha permitido a EEUU reducir sus exportaciones al mínimo, lo que ha forzado a los principales países productores de petróleo a bajar sus precios para tratar de desincentivar esas inversiones.
Pero no todos los países productores están en disposición de asumir la pérdida de ingresos que genera esta estrategia de vender el crudo más barato. Venezuela, Irán y sobre todo Rusia, cuya dependencia de los ingresos del petróleo es especialmente acusada (70% en el caso ruso) y con unas economías atrofiadas tras años de erróneas políticas de gasto público masivo en la confianza ciega de que el precio del crudo se mantendría permanentemente por encima de los 100 dólares por barril, son quienes más están sufriendo esta coyuntura adversa. Con la cotización del petróleo en el entorno de los 60 dólares, estos países literalmente se están desangrando, lo que ahuyenta a los inversores, ya que en las etapas de recesión el riesgo financiero, especialmente el riesgo de crédito y de cobro, se dispara.
Cabe preguntarse si esta grave crisis en la que se ha visto inmersa Rusia recientemente era previsible o no. A simple vista, la imagen que transmitía el país al exterior era la de una potencia que volvía a emerger con fuerzas renovadas para reclamar de nuevo un lugar de peso en la escena política mundial y en al ámbito económico. Las aspiraciones de su presidente, Vladimir Putin, de recuperar la hegemonía de Moscú sobre los países de la antigua URSS y la toma de posiciones de algunas de las grandes empresas rusas como Gazprom en el mercado europeo así lo evidenciaban. No obstante, un análisis pormenorizado de la realidad interna de Rusia y de los riesgos ocultos bajo esa fachada deslumbrante hubiesen evidenciado las carencias evidentes de la economía rusa que ahora han salido dramáticamente a la luz, y hubieran permitido a empresas e inversores anticiparse a la evolución de los mercados financieros y minimizar su exposición a los factores de incertidumbre.
El ejercicio teórico de analizar a Rusia como si fuese una empresa hubiese servido para evidenciar sus debilidades e identificar los factores de riesgo de este gigante con pies de barro. Además de su excesiva dependencia de un solo producto de bajo valor añadido y la acusada pérdida de ingresos en los últimos meses, la paulatina reducción de sus reservas en moneda extranjera y oro (en lo que va de año, el banco central ruso ha gastado más de 80.000 millones de dólares en intentar sostener al rublo, que pese a ello ha perdido un 50% de su valor durante los últimos doce meses), sus problemas para financiarse a un coste razonable en los mercados internacionales, que lógicamente se han extendido a los bancos y empresas rusas, así como la progresiva salida capitales y el descenso de la capacidad interna de consumo debido a la elevadísima inflación (agravada por la prohibición rusa de las importaciones de alimentos de Occidente como represalia a las sanciones de EEUU y la UE por su implicación en el conflicto de Ucrania) configuraban claramente un perfil de elevado riesgo para la economía rusa. Conocer de antemano la posibilidad de un impago futuro como el que ahora se vislumbra en el horizonte, por mucho que el Gobierno de Putin lo niegue una y otra vez, hubiese permitido a las empresas e inversores con posiciones en este mercado adoptar las medidas necesarias para reponderar sus riesgos y preparar los convenientes planes de contingencia. La evidencia empírica es que algunas multinacionales presentes en el mercado ruso han sabido prepararse para minimizar sus riesgos o tenerlos convenientemente provisionados.
Lo ocurrido con Rusia debe servir como recordatorio para todas las empresas, grandes y pequeñas, de que una correcta planificación estratégica debe incluir la valoración adecuada de los posibles riesgos de todo tipo que sirva para identificar y prevenir la aparición de crisis imprevistas o, al menos, amortiguar al máximo su impacto sobre los balances corporativos, disminuyendo de forma significativa las pérdidas potenciales. Y no sólo en las operaciones en el exterior, sino también en el mercado doméstico. No conviene pasar por alto que el porcentaje de pérdidas por impagos en España ha crecido más de un 30% desde el inicio de la crisis y que pese a las continuas reformas normativas los plazos medios de pago siguen casi triplicando el máximo legal permitido. No conviene fiarse de las apariencias, sobre todo cuanto estamos hablando de negocios.
Ricardo T. Lucas es Licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, con la especialización en Periodismo Económico. Su carrera profesional la ha desarrollado en el diario económico Expansión, del que en la actualidad es editorialista, tras haber ejercido como redactor en las áreas de Comercio, Competencia, Turismo y Pymes. También ha colaborado con diversos medios escritos y radiofónicos en España y en varios países de Iberoamérica.