El saldo vivo del crédito bancario en España acumula ya seis años completos de contracción y hay dudas razonables de que puede recomponerse y volver a tasas positivas en el año 2014, en el año sexto de la crisis. Y si no lo hace, será muy complicado que el crecimiento de la economía supere, en tal ejercicio y en los siguientes, las modestas tasas del 1%, con las cuales el desempeño del empleo será muy modesto. Puede haber crecimiento sin crédito, porque el ahorro puede soportar los primeros movimientos de la inversión y el consumo de los hogares, pero el efecto multiplicador que tendría en la inversión empresarial, sobre todo en las empresas de pequeño tamaño, no lo tendrá sin crédito bancario.
España tiene varios problemas que no juegan precisamente a favor de una nueva avalancha de endeudamiento de los agentes económicos. Banca vigilada, exigida de capital y presionada por la mora; excesivo endeudamiento de empresas y hogares; demasiada deuda pública cara que genera crowding out en la economía; expectativas negativas (estado de ánimo) en los agentes económicos; y demasiada atomización empresarial con pocos instrumentos de financiación alternativos. Todos ellos pueden corregirse, pero no de un día para otro, y desde luego no se solventarán porque de repente la gran banca de inversión internacional cambie su expectativa sobre España y toque a rebato con el llamativo relato de que es ahora o nunca cuando hay que invertir aquí: ni las cosas justifican tanto positivismo activo de la banca de inversión sobre España, ni en 2010 y 2011 estábamos para echar al país a los perros como hacían los inversores internacionales.
La banca está históricamente acostumbrada a obtener razonables rendimientos con aportaciones escasas de capital, porque esa era la práctica extendida y aceptada como válida hasta la crisis financiera que arrancó en 2007. Pero el paradigma del negocio bancario ha cambiado mucho y nada es lo que era antes. Los retornos esperados ahora por el riesgo del capital son mucho menores, además de tener encima una regulación tan estricta que apenas deja margen para el error.
A principios del siglo XX la banca proporcionaba retornos del 5% con capitales comprometidos del 25%, ya que se trabajaba con multiplicadores de crédito más modestos que aquellos con los que se cerró el siglo. La ampliación de las actividades financiadas con crédito generó tales posibilidades al negocio que a finales de la pasada centuria, hace poco más de diez años, con la inestimable ayuda de la relajación excesiva en la regulación y la ausencia de temor a los impagos generalizados, el negocio bancario, que no había mudado los fundamentos básicos en todo el siglo, consideraba normal proporcionar rentabilidades del 25% comprometiendo capital por el 5%. Justo lo contrario que cien años antes.
Algo había cambiado en la industria que se dedicaba básicamente a coger dinero de los ahorradores y proporcionárselo a los inversores. Seguramente había olvidado el viejo paradigma no escrito de los probos banqueros de que el buen negocio consiste en tomar dinero de los insolventes y prestárselo a los solventes. Había olvidado la distinción entre unos y los otros, cuando, como recordaba un viejo banquero, son lo más fácil de diferenciar: "La gente solvente no va pidiendo dinero por ahí".
Lo cierto es que los excesos en la concesión de crédito con capital menguante en términos relativos, trufado con la bochornosa intervención de los políticos en las cajas de ahorros, generaron la quiebra de casi una cuarta parte del sistema bancario español e insensibilizaron al resto para unos cuantos años. Las exigencias de capital (¿25% para rentabilidades del 5%, como en el pasado?) impuestas desde dentro, con provisiones descomunales, pero necesarias, para cubrir los riesgos mal analizados que brotaron cuando se derrumbó la actividad inmobiliaria, así como la vigilancia estrecha de las autoridades comunitarias tras el rescate bancario, desincentivan la financiación crediticia. Se concede poco, se huye del hipotecario, que no tiene márgenes y exige mucha provisión, y el de consumo, con margen y más demanda, es un foco de infección de morosidad, cuando ya ahora, y tras sacar para el banco malo ingentes cantidades de crédito averiado, la mora se acerca al 13% del crédito, que es casi el 20% del PIB nacional. Una temeridad. Y a ello hay que añadir que no está plenamente restablecido el mercado de financiación mayorista para la banca, al menos para la española, y que sin cordón umbilical con el BCE la mayoría de las entidades estarían muertas.
El desapalancamiento es muy lento en los hogares, camina al ritmo vegetativo que permite la amortización hipotecaria en una sociedad con demasiados parados y demasiadas hipotecas, y algo más acelerado en las empresas, puesto que son agentes más activos en esta materia, dado que pueden vender activos si necesitan aliviar la carga financiera. Por tanto, la presión, por inhibición, de la demanda muy apalancada es otro factor contra el crecimiento del crédito. Pero es doblemente inhibidor si las expectativas económicas siguen siendo negativas. El estado de ánimo de la ciudadanía es aún negativo, puesto que para cambiar de signo se precisa perder el miedo a quedarse sin empleo, y ver que alrededor de cada cual comienza a encontrar trabajo la gente, aunque sea lentamente y con salarios inferiores a los del pasado.
Pero, desde luego, el principal obstáculo al crecimiento del volumen de crédito es el crowding out ejercido por una deuda pública elevada, cara y aún segura. Con el endeudamiento estatal cerca del 100% y creciendo, emitida por encima del 4% y con plenas garantías de recobro, la demanda de crédito privada compite malamente por captar la liquidez que ya es escasa. Este problema, que ahora los expertos llaman carry trade, es simplemente un efecto expulsión por parte del sector público del sector privado del mercado de crédito, con el consiguiente daño para el crecimiento de la economía. En España es bastante habitual. Hemos conocido estos días, cuando el Tesoro ha logrado colocar las letras a un año más baratas de la historia, al 0,7%, que en los últimos años ochenta, con un déficit por cuenta corriente desbocado e infinanciable, el Tesoro emitía papel a esos mismos plazos al 15%. ¿Alguien cree que la banca va a conceder crédito a tipos razonables si el Estado remunera al 15%? Ahora es igual, aunque a tasas nominales más razonables. Desde mi punto de vista ese es el problema número uno: sin llevar al bono a diez años por debajo del 3% no habrá crédito al sector privado; pero lo habrá si los bonos perforan hacia abajo ese umbral, aunque haya exigencias de capital elevadas: la banca vive de dar crédito, no de recortarlo. Las contracciones de los balances no pueden ser eternas.
Y por último, la atomización descomunal de las empresas en España, con un 98% del tejido productivo en manos de pymes muy pymes. Con este tamaño, ofrecer la solvencia suficiente como para captar crédito en el exterior si te lo niegan dentro, es muy difícil. Y es más complicado en un país con muy pocas palancas de crédito no bancarias. En España el 80% del crédito para actividad económica es bancaria, mientras que en países como Alemania es de solo el 55%, del 35% en Reino Unido o del 30% en Estados Unidos. Por tanto, es imperiosa la necesidad de buscar alternativas de financiación de la economía. Sin ellas, no habrá más crecimiento que el modesto 1% que soporta el ahorro acumulado durante la crisis. El mercado bursátil alternativo, la plataforma MARF, el capital riesgo, los inversiones familiares... Está bien, pero no basta para movilizar la economía.
Se precisan más instrumentos y un cambio de cultura financiera que desvíe la atención de las casas, que tanto daño han hecho al país, hacia la actividad productiva. Instrumentos que conviertan el tradicional gusto católico por la propiedad inmobiliaria en al afán calvinista de la generación de riqueza para todos, el emprendimiento. Y eso se logra con estímulos fiscales plenos a la inversión productiva de los particulares, como ha planteado ahora Japón. Si no lo hacemos así, la crisis será mucho más larga, y languideceremos con crecimientos del 1%, absorbido por la productividad y con cero creación de empleo. Y el empleo es la variable más delicada, y también la más dinámica para devolver crecimiento vía demanda cuando está en marcha.
José Antonio Vega, adjunto al director de Cinco Días
José Antonio Vega es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Inició su carrera en la sección de Economía del diario ABC en 1984. En 1986 se incorporó a Cinco Días, donde ha sido jefe de sección, redactor jefe de Economía, subdirector y actualmente es adjunto al director.