Han tenido que pasar casi 10 años para que el PIB español cierre la brecha que se abrió con la crisis financiera mundial. Aún quedan algunos desafíos, como la recuperación final del empleo, o la mejora de la capacidad adquisitiva, que debe ir de la mano de un modelo de producción centrado en el valor añadido. También se han logrado muchos avances, por ejemplo, es llamativa la fuerte internacionalización de las empresas de nuestro país. Así, la inversión española en el extranjero ha pasado de 21.346 millones de euros en 2012 a 33.767 millones en 2016, según los últimos datos publicados por el Ministerio de Economía. En cuanto a la financiación empresarial, ahí es necesario profundizar en la senda abierta hacia una mayor diversificación de las fuentes de financiación. No es casualidad que el sector financiero español fuera uno de los que tenía una de las más densas redes de oficinas de toda Europa. Y es que el tejido empresarial español ha estado siempre profundamente bancarizado. En los años previos al estallido de la crisis, la política de préstamos de la banca a las empresas era tan agresiva que casi parecía un buffet libre del estilo “all you can eat”. Afortunadamente, el menú se ha sofisticado y cada vez hay más opciones.